Mi primer enuentro con las abejas

Estábamos pasando el verano en una casa del pueblo de Rascafría situado al pié de la sierra de Guadarrama, a pesar de ser muy pequeños mi padre nos había dado libertad para ir donde quisiéramos con la única condición de no cruzar la carretera por la que solamente pasaban tres o cuatro coches al día y algunas carretas cargadas de troncos que avanzaban lentamente tiradas por bueyes.

Por la parte de atrás cada casa tenía un corral en donde correteaban las gallinas, algunas tenían también una pocilga con un par de cerdos o una cuadra donde encerraban los bueyes, después solo había prados cercados con muros de piedras en los que pastaban las vacas y una cañada por la que según decían que se podía ir hasta Extremadura. Realmente el pueblo se limitaba a dos filas de casas alineadas a lo largo de la carretera.

Un día me había levantado temprano y sin esperar a mis hermanos me fui solo a correr aventuras, a las afueras del pueblo descubrí una casa medio hundida, en el corral había un pequeño grupo de viejas cajas de madera tapadas con una losa de pizarra, eran alargadas y todas estaban  bien derechas puestas de pié.

Me llamaron la atención y me acerqué para verlas mas de cerca, el sol empezaba a calentar, por una pequeña apertura que tenían en la parte de abajo vi que salían volando unos insectos y enseguida me di cuenta que eran abejas.

Como desde muy pequeño me han atraído todos los bichos me acerqué y me senté en una piedra para ver mejor el ir y venir de todas ellas y disfrutar del zumbido que se hacia mas intenso a medida que avanzaba el día. Un par de horas más tarde vi aparecer a mi madre que preocupada por mi ausencia me estaba buscando, cuando me vio en medio de las colmenas se quedó paralizada  sin saber que hacer. Yo solo tenía siete años.